Relato: Gwen, la guardia real
Gwen se levantó con el primer rayo de sol que se colaba por las ventanas de su habitación del castillo. Con movimientos fluidos y decididos, se dirigió hacia el espejo que dominaba una de las paredes de su austero aposento. Frente a su reflejo, respiró hondo y observó atentamente a la joven fae que le devolvía la mirada.
Era una mujer alta, con una figura esbelta y fuerte, forjada por los arduos entrenamientos de la guardia real. Su cabello largo y blanco, trenzado con esmero, caía sobre sus hombros y brillaba con un fulgor etéreo. Las alas de murciélago, también blancas, se desplegaban majestuosas a su espalda, un contraste fascinante con su atuendo. Siempre había algo majestuoso en la manera en que sus alas reflejaban la luz, otorgándole una presencia casi celestial, a pesar de su naturaleza fae. Su sonrisa, afable y cálida, suavizaba la severidad de su porte. Gwen era conocida entre sus compañeros no solo por su agilidad en combate, sino también por su carácter amistoso y su lealtad inquebrantable hacia aquellos que consideraba amigos. En el rostro que observaba en el espejo, podía ver las marcas de las noches de guardia y las batallas enfrentadas, pero también la determinación que la impulsaba a proteger su reino.
El traje blanco y plateado de la guardia real se ajustaba perfectamente a su cuerpo, hecho a medida para permitir libertad de movimiento sin sacrificar la protección. La blusa y la chaqueta, adornadas con intrincados bordados plateados, relucían bajo la luz del amanecer. Las mallas, cómodas y resistentes, se escondían bajo la capa larga que ondeaba ligeramente con cada uno de sus movimientos. Las botas metálicas, pulidas hasta brillar, reflejaban su compromiso con su deber.
Gwen posó una mano en la empuñadura de su espada, su arma favorita. La había forjado un maestro armero, especialmente para ella, y juntos habían enfrentado innumerables desafíos. Aunque la espada era su preferida, no despreciaba el uso de las dagas cortas, que se encontraban discretamente aseguradas en su cinturón. En más de una ocasión, estas armas más pequeñas habían sido cruciales para su supervivencia y éxito en misiones encubiertas.
Observando su reflejo, Gwen sintió una mezcla de orgullo y responsabilidad. Su papel en la guardia real no era solo un honor, sino una carga que llevaba con dignidad y valentía. Con un último vistazo al espejo, se aseguró de que todo estuviera en su lugar. Sabía que el día que comenzaba traería nuevos desafíos, pero estaba lista para enfrentarlos, como siempre lo había estado.
Con una sonrisa confiada, salió de su habitación, dispuesta a servir y proteger su reino una vez más. La imagen de la joven fae permanecería grabada en su mente, recordándole quién era y cuál era su propósito.
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