El miedo de Gwen
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, cuando Gwen recibió la orden. El capitán de la guardia real, un fae veterano llamado Morgar, se acercó a ella con su habitual expresión severa.
—Gwen, necesitamos que lleves este mensaje al castillo de la Reina de las Hadas antes de la medianoche. Es de suma importancia —sentenció Morgar, extendiendo un pergamino sellado con el emblema real.
Gwen asintió con firmeza, tomando el mensaje. No había tiempo que perder. Sin embargo, un nudo se formó en su estómago al recordar la ruta más rápida hacia el castillo de la Reina de las Hadas: un estrecho puente colgante que cruzaba un profundo cañón. Su gefirofobia, el miedo atroz a cruzar puentes, la hacía dudar.
—¿Hay algún otro camino, capitán? —preguntó Gwen, tratando de mantener la calma.
Morgar la miró con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—No hay tiempo para rodeos, Gwen. Confío en ti. Puedes hacerlo.
Gwen tragó saliva y asintió de nuevo, más para convencerse a sí misma que para darle la razón al capitán. Se apresuró a recoger sus pertenencias y se dirigió hacia el puente. El viaje transcurrió en silencio, con el sonido de sus botas metálicas resonando en el empedrado del camino.
Cuando llegó al borde del cañón, el puente se extendía ante ella, balanceándose ligeramente con la brisa. El abismo que se abría debajo parecía interminable. Gwen sintió que el pánico la invadía, sus alas de murciélago blancas temblaban imperceptiblemente.
—Vamos, Gwen. Puedes hacerlo. Solo un paso a la vez —se animó a sí misma en voz baja.
Inspiró profundamente y puso un pie en la primera tabla del puente. Cada crujido de la madera parecía resonar en su mente, amplificando sus temores. Avanzó lentamente, concentrándose en su respiración, intentando no mirar hacia abajo.
De repente, el viento aumentó, haciendo que el puente se balanceara con más fuerza. Gwen se detuvo, aferrándose a las cuerdas a ambos lados del puente. Su corazón latía desbocado, y por un momento pensó en dar media vuelta. Pero entonces recordó la importancia del mensaje que llevaba y las palabras de confianza del capitán.
—Por el reino —susurró, encontrando una chispa de valentía en su interior.
Siguió adelante, un paso tras otro, ignorando el vértigo y el miedo que amenazaban con consumirla. Cada vez que sentía que el pánico la superaba, se recordaba a sí misma por qué estaba allí, por quiénes luchaba y protegía. Su respiración era un mantra, un ritmo constante que la mantenía enfocada.
Finalmente, llegó al otro lado del puente. Sus piernas temblaban, pero lo había logrado. Se detuvo por un momento, respirando con profundidad, permitiéndose sentir un destello de orgullo por haber superado su miedo.
—Lo logré —se felicitó, una sonrisa temblorosa asomando en su rostro.
No había tiempo para celebraciones, así que reanudó su marcha hacia el castillo de la Reina de las Hadas, sabiendo que había enfrentado y vencido uno de sus mayores temores. A partir de ese momento, cada vez que se encontrara ante un puente, recordaría ese día y la fuerza que había descubierto dentro de sí misma.
El cielo nocturno se había cubierto de estrellas cuando Gwen recibió la respuesta de la Reina de las Hadas. Guardó el pergamino en su cinturón, consciente de la urgencia de regresar al castillo real. Con cada paso hacia el puente colgante, sentía el peso de su gefirofobia aumentando. La brisa nocturna hacía que el puente se balanceara más de lo que recordaba, y el abismo parecía aún más oscuro y amenazante.
Al llegar al borde del puente, Gwen se detuvo, tomando un momento para calmar su respiración. De repente, un sonido susurrante y frío la hizo girarse. Desde las sombras emergieron figuras espectrales, cysgod, sombras guerreras del reino de Barathia que siempre están dispuestas a llevarse aquello que no es suyo. Sus formas etéreas y oscuras se movían con una gracia siniestra, ojos brillantes de un rojo malevolente fijos en ella.
—¡Alto ahí, fae! —gritó una de las sombras provocando que su voz resonara como el eco de una caverna.
Gwen desenvainó su espada, el metal brillando con un halo plateado bajo la luz de la luna.
—No permitiré que me detengáis. Tengo una misión que cumplir —concluyó Gwen con firmeza, aunque su corazón latía con fuerza.
—Entonces tendrás que luchar por ello —respondió la sombra, desenvainando una espada sombría que parecía absorber cualquier atisbo de vida.
Gwen se preparó, sintiendo el peso del amuleto en su cuello. Era un talismán de protección, un regalo de la Reina de las Hadas, que le otorgaba fuerza y coraje en los momentos más oscuros. Apretó el amuleto en su mano por un instante, sintiendo una cálida energía recorrer su cuerpo.
La batalla comenzó con un choque de espadas que resonó en la noche. Gwen se movía con agilidad, sus alas de murciélago blancas desplegándose para equilibrarla en cada ataque y defensa. A pesar de su habilidad, las sombras eran rápidas y letales, atacando desde todos los ángulos. Una de las sombras logró golpearla, haciéndola retroceder hasta el borde del puente.
—No puedes escapar, fae. Este es tu fin —maldijo la sombra con una risa helada.
Gwen miró hacia el puente, su miedo casi paralizándola. Pero no podía ceder. Con una determinación renovada, levantó su espada y avanzó de nuevo. Esta vez, cuando una sombra intentó atacarla, Gwen levantó el amuleto, que emitió un destello de luz brillante, hiriendo a la sombra y haciéndola retroceder.
—¡Por el reino! —juró a gritos Gwen, utilizando el poder del amuleto para reforzar sus ataques. Las sombras se dispersaron ante la luz, sus formas desvaneciéndose en el aire.
Finalmente, sólo quedaba una sombra, la más grande y amenazante. Gwen sabía que debía acabar con ella para poder cruzar el puente. Con una última mirada hacia el amuleto, reunió toda su fuerza y atacó con un golpe decisivo, su espada atravesando la oscuridad de la sombra y desintegrándola en un haz de luz.
Gwen respiró con dificultad, mirando el puente colgante una vez más. Sabía que su prueba aún no había terminado. Aún con el miedo atenazándola, avanzó hacia el puente, recordando la batalla y la fuerza que había encontrado en sí misma.
Cada paso era un desafío, pero esta vez, Gwen sentía que no estaba sola. El amuleto brillaba suavemente, infundiéndole valor. Recordando la confianza de la Reina de las Hadas y las palabras de su capitán, avanzó, un paso a la vez, hasta que finalmente cruzó el puente y llegó al otro lado.
Mirando hacia atrás, Gwen supo que había enfrentado no solo a sus enemigos, sino también a sus propios temores. Con el mensaje seguro y su misión cumplida, se dirigió de regreso al castillo, lista para lo que fuera que el futuro le deparara.
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